Por fin me decido, he empezado a escribir mi diario.
El motivo de hacerlo no es otro sino el de contar mi vida, pero ¿a quien contaré sobre esta?, la verdad no me interesa en lo más mínimo a quien lo esté haciendo, de hecho no me interesa si nunca se llega a saber de esta, con que estas hojas la conozcan bastará para mi.
Y podría ser que la razón de estar escribiendo esto fuera más interesante que la simple necesidad de ser conocido por alguien diferente a mi, tal vez sería mejor que no hablara tanto sobre mi e intentara dejar un poco de lado esta extenuante vanidad que tanto me caracteriza.
Pero bueno, no pienso plasmar falsas impresiones (que podrían ser mejor recibidas). Acá pienso hablar de mi, sin ninguna intensión de objetividad o justicia con mis opiniones. para mi yo siempre tengo razón (sé bien que usted, o ustedes, o en general la humanidad no concuerde en esto conmigo, pero eso es porque están mal).
Siendo esta la primera ves que intento contarle algo a estas hojas, creo que lo mejor sería darme a conocer.
Sí usted está leyendo esto (no me importa si nadie lo lee, me gusta pensar que si), supongo que se preguntará quien escribe estas páginas. Pues bien, intentaré responder de buena manera a esto.
Mi nombre, ese lo omitiré, no creo que influya mucho en la manera en que usted pueda llegar a ver mi vida.
Mi lugar de nacimiento, mi infancia, de esos creo que si vale la pena hablar... En esos momentos pocas dificultades se presentaban en la familia, una situación económica estable, una salud decente, había poco por lo que quejarse... Ah, que bellos recuerdos llegan a mi mente, fue linda esa época, como pocas lo han sido. Pero como siempre, algún problema tenía que surgir. El problema fui yo. Y no fue problema mi nacimiento, de hecho este fue motivo de celebración. Fui problema en el momento en que empecé a estudiar. Y no porque a mis padres o a mi familia les disgustara que aprendiera comencé a ser problema, el motivo fueron gastos económicos. En mi casa aborrecían el momento en que necesitaban gastar dinero en mi (con mi hermano y hermana nunca tuvieron problemas), más que todo si de alguna salida pedagógica se trataba. Nunca entendí el porque de tal fastidio, había días en los que pensaba que lo que fastidiaba era yo. Un tiempo después noté que en cuanto a asuntos monetarios no iba muy bien el tema en la casa, lo cual llevó a una prácticamente obligada mudanza. Pasamos de estar en uno de los más prestigiosos barrios de la ciudad a terminar en un pequeño barrio de invasión que apenas empezaba. Frente a la casa, recuerdo bien que había unas flores anaranjadas, las cuales mi madre contemplaba cada mañana. Era tal vez lo único que le podía traer alegría en ese momento, y ella solía ser una mujer feliz.
Mi padre, por el contrario, no gustaba mucho de la naturaleza. Él más bien se dedicaba a otras cosas, como tomarse su “juguito de cebada” (como él llamaba a la cerveza) en un ritual casi sagrado con los amigos que consiguió en el barrio. Como ya dije, nosotros estuvimos en los inicios de la invasión y gracias a esto fuimos bien acogidos en el lugar. Más que un barrio pobre parecíamos una familia, una familia medio grande y que crecía rápidamente, con todo tipo de personas (algunas que hubiera preferido no tener cerca), y aunque estuviéramos jodidos todos social y económicamente, seguíamos siendo esa extraña familia.
Recuerdo mis primeros años de adolescencia, estaba cambiada. Fue en ese entonces que la gente comenzó a mirarme raro en el barrio, y en general por todo lado por donde pasaba. Recuerdo que en casa debía actuar como cualquier adolescente impulsado por un sancocho hormonal, aunque de ves en cuando no era precisamente lo que haría sentir orgullo de un hijo a un padre tan conservador como el mio.
No recuerdo exactamente cuando, creo que fue a los quince años, que decidí contarle a mi padre todo. El asunto fue que sólo lo decidí, pero nunca tuve el valor para decírselo, y de hecho hasta hace poco, ya achacoso por la vejez, se enteró. (y no por mí cuenta).
Más o menos una semana después del patético intento de contarle a mi padre, empecé a salir mucho por el barrio y a conocer a hombres y adolescentes de todas las edades, y cada ves que sabía que me vería con alguno, me arreglaba durante horas para que el susodicho, y en general cualquier ser humano, contemplaran lo bella que estaba empezando a ser.
Y todo iba muy bien en el barrio y sus sectores aledaños con el tema de mis conquistas, pero cuando se regó el chisme de mi secreto, todo cambió.
Ya ningún hombre, o ninguna mujer me miraba con deseo como antes lo hacían. Ahora más bien parecía que lo hacían con asco, con desprecio.
Ya llegando a una edad más madura, unos veinte años por ahí, decidí dejar la casa y alejarme del barrio.
Como venía de un lugar tan jodido, tenía que buscar trabajo para poder tener donde vivir, y.... la verdad odié esos primeros meses de trabajo, aunque era de esperar que a alguien como yo (y más viniendo de donde yo venía) sólo le aceptaran en un trabajo así.
Aunque realmente detesté esos primeros meses, después empecé a disfrutarlo mucho, sobretodo por que siempre podía cumplir con ambos papeles en la situación. Además, los clientes que me frecuentaban y las pocas clientas que fueron a verme, siempre eran una excelente paga, lo cual me permitió conseguir una pieza decente en el centro de la ciudad.
Empecé a coger bastante fama en el sector y ámbito en los que me movía. No sé porque tanto éxito, pero para muchos era la más bella, para otros, cuando lo veían, era el más bello y... digamos que para el resto era o un asqueroso monstruo o lo más bello-bella del lugar.
Y tal vez eso de ser tan amada y deseada fue lo que re despertó esa vanidad que tenía escondida desde que deje la invasión.
Hoy día, a mis treinta y cuatro años de edad sigo en el mismo empleo, con el mismo éxito con el que inicié.
Y si algún día quien lea estas páginas tiene curiosidad por verme, bienvenido y bienvenida sea a pasar un buen rato.